Leoncio Badía Navarro

Textos del baúl (I)
25 noviembre, 2018
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Leoncio Badía Navarro

Valencia. 1940. Cementerio de Paterna.

«Rojo, si quieres trabajo vete al cementerio a enterrar a los tuyos», le había dicho el alcalde a Leoncio Badía Navarro cuando la guerra civil terminó. Había buscado trabajo muchas veces pero, como a muchos otros republicanos, no se lo habían dado. Lo que no sabía el alcalde de Paterna era que, al condenar a Leoncio a cavar fosas para sus compatriotas, los estaba salvando del olvido en el largo túnel de la historia.

De 1939 a 1945, Leoncio, de oficio enterrador, decidió ayudar en medio de tanto horror. Enterraba a los fusilados con el cuidado que un amigo lo haría con otro y ayudaba a sus familiares, enseñándoles los cuerpos para que pudieran identificarlos: recortaba trocitos de tela de su ropa, cogía botones de las chaquetas y mechones de pelo para que nadie los olvidara. Escondía a las esposas de los fusilados en el cementerio mientras los mataban, para que ellas pudieran ayudar a sus maridos después de que trajeran sus cuerpos. Los lavaban, los depositaban en sus cajas, ocultaban pequeñas botellitas con el nombre de cada uno escrito en un papel, permitiendo así que sus descendientes pudieran guardar algún objeto de sus seres queridos y que, muchos años después, alguien los identificara. Una labor de equipo entre un hombre y un grupo de mujeres que arriesgaron sus vidas por amor a los suyos y por dignidad propia. Su labor clandestina fue una ventana hacia el futuro que aguardó enterrada mucho tiempo y que por fin se abrió en 2012, cuando el equipo forense se encontró con las botellas ocultas bajo los cuerpos ordenados y cuidadosamente depositados en la fosa número 22 del cementerio de Paterna, en Valencia, España.

Un registro de defunciones que ocupa más de treinta volúmenes de cien páginas cada uno. Dos mil doscientas treinta y ocho vidas rotas que llegaron de Paterna, de Valencia, de Alicante y de otras provincias de España. Y, con ellas, dos mil doscientas treinta ocho veces que se creó un dolor profundo e inolvidable en otros tantos familiares. De 1939 a 1943 el engranaje de la Falange fusilaba a diario, mañana y tarde. Cuando los militares se negaron a fusilar porque en ocasiones se encontraban con la orden de disparar a sus propios familiares, los sustituyeron guardias civiles. Del cuartel de Paterna se los enviaba a lo que hoy se conoce como «el Terrer», una montaña de tierra que utilizaban para practicar el tiro al blanco. Las dianas se sustituían por las personas que iban a fusilar. El paredón de España.

Conchi Cejudo, con la colaboración de Gervasio Sánchez y la realización de Teo Rodríguez, nos regala este documental emotivo, desgarrador, necesario y excelente. En él se abre otra ventana, esta vez al público, de la experiencia de algunos de los protagonistas de nuestra historia. El recuerdo de los fusilamientos en los ojos de un muchacho llamado Vicente, la herida profunda de una niña de nueve años que visita a su padre en la cárcel un día antes de ser fusilado, un hombre maduro incapaz de contarle a sus hijas que cuando pequeño recogió a su padre muerto y lo llevó, con su hermano y sus tíos, al cementerio de Valencia, una red de mujeres que se organizan en Valencia para ayudarse mutuamente a encontrar a sus maridos muertos, objetos que nos conectan con nuestros seres más queridos… Todo forma parte de las vidas que aparecen en este documental sonoro y, de un modo más o menos directo, también forma parte de nuestra vida. Todos estamos conectados. Ojalá este documental sonoro ayude a hacernos mejores personas.

 

El documental puede escucharse aquí:

http://cadenaser.com/programa/2018/12/16/a_vivir_que_son_dos_dias/1544944073_160128.html?ssm=tw

 

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