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Hablemos de cerveza

Las bebidas fermentadas y destiladas están tan ligadas al progreso de las civilizaciones que podríamos contar la historia del ser humano a partir de ellas. Como el tema cervecero da para mucho, de cuando en cuando vamos a dedicar artículos a comentar algunas curiosidades sobre la cerveza y hoy vamos a dedicarlas a la cerveza en la Europa medieval.
A mediados del siglo VI vivió Columbano, un monje de Leinster, Irlanda, que se convirtió en uno de los misioneros monásticos más importantes de su época. Columbano fundó múltiples monasterios por Irlanda, Bretaña y Europa continental y gracias, en buena parte, a su influencia, la Iglesia católica romana terminó aceptando la cerveza como bebida en sus monasterios. Por lo que Max Nelson (a quien sigo aquí) deduce de la biografía de Columbano, escrita por Jonás de Susa, parece, por su presencia constante en la biografía, que la cerveza ocupó un lugar importante en la difusión de la cultura cristiana irlandesa y británica en el continente europeo, normalmente asociada a los milagros llevados a cabo por el santo.

Una de las regulaciones más importantes relativas a la elaboración de cerveza en Europa fue la de Carlomagno, que reinó en la Galia desde 768 hasta 814 d. C. En la regulación que aplicó en todos sus estados se incluía la organización de las bebidas alcohólicas (cerveza, Perry, sidra), que elaboraban los llamados siceratores. Sus regulaciones hacían hincapié en la necesidad de una higiene máxima y una profesionalidad en su elaboración, una noción bastante avanzada para una época en la que sus vecinos britones tenían que advertir a los ciudadanos que no bebieran cerveza donde había aparecido una rata muerta.

Bajo el reinado de Carlomagno la cerveza gozó de buena reputación como bebida popular, si bien su consumo estaba prohibido para todos en determinados días del año. Carlomagno deseó unir todos los monasterios de su reino bajo una sola norma monástica basada principalmente en la de Benedicto (San Benedicto de Nursia, esto es), pero no lo consiguió. Sería Benedicto de Aniano quien establecería en sus Concordia regularumlas normas monásticas latinas conocidas en Europa. Gracias a dicha obra, podemos saber hoy, por ejemplo, que en el sínodo celebrado en Aachen en 816 se determinó que los monjes podían beber, o media pinta de cerveza al día y otra media de vino, o una pinta de cerveza al día si el vino faltaba. Después del sínodo, muchos monasterios siguieron la norma y algunos incluso hicieron reformas para convertirse en el monasterio ideal, con fábricas de cerveza incluidas. Es el caso de San Gall, en Suiza, que planificó nada menos que tres fábricas de cerveza: una para los monjes, otra para los invitados distinguidos y una tercera para los pobres y peregrinos. Aunque hoy en día se conservan los planos de las fábricas en la biblioteca de San Gall, no tenemos prueba de que en efecto se ejecutaran, puesto que no contamos con ningún testimonio escrito. Lo que sí sabemos con seguridad es que algunos monasterios hicieron planes para aumentar la producción de cerveza en sus fábricas, siguiendo la normativa del sínodo.

Aún así, el vino seguía manteniendo el status de bebida superior y la cerveza el de bebida popular, pero el reconocimiento oficial de la cerveza como parte de la vida monástica tuvo efectos a largo plazo. La posibilidad de elaborar tanto vino como cerveza permitió que se fueran probando ingredientes diferentes, hasta que el empleo de lúpulo se popularizó en el norte de Francia. Y así se difundió uno de los ingredientes principales de la cerveza de hoy.

(La información que comento está tomada del último capítulo del excelente libro de Max Nelson, The Barvarian’s Beverage: A History of Beer in Ancient Europe. London & New York,: Routlledge, 2005.)

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