La edad de oro del período de gobierno islámico en España está marcada por el califato de Abderramám III, como se le conoce por su nombre en español. Abderramán III era el tercero de una dinastía de omeyas que había comenzado con su abuelo Abderramán I, quien había sido capaz de conducir el cambio hacia una proclamación del emirato. Él había aplacado las revueltas bajo su gobierno, había hecho las paces con sus enemigos y había conducido bajo su control a varios gobernadores del norte de la península que, durante generaciones, habían actuado de modo independiente. Ese mismo Abderramán sería el que quedaría inmortalizado en la Chanson de Roland tras derrotar a Carlomagno en Zaragoza, cuando el franco había acudido a la península en ayuda de Sulaimán ibn Yaqzan, el gobernador de Zaragoza que se oponía al mandato del futuro emir.

Ese primer Abderramán se valdría de la arquitectura para crear una imagen de su emirato: una mezquita imponente en el centro de Córdoba, con una sala para el rezo que constituía el lugar abierto más importante de la ciudad. El plano arquitectónico de la mezquita evocaba el de las mezquitas de Egipto y de Irak. Los arcos en rojo y blanco emulaban los grandes monumentos omeyas de Damasco y Jerusalén; el orden clásico y los arcos de herradura eran típicamente hispánicos. Al crear una imagen de su gobierno, el emir y sus arquitectos crearon un arte islámico nuevo, propiamente hispánico.

Para los omeyas, la alta cultura era parte del gobierno: la economía y la cultura no sólo sustentaban su poder, sino que a su vez servían para reforzar su imagen de realeza. Abderramán II, hijo del primero, continuó con la filosofía de su antecesor e importó parte de la música de Bagdad así como la poesía en árabe. A su vez, su hijo Abderramán III, gobernó un pueblo étnica y religiosamente diverso del que él mismo podía dar testimonio, pues su familia era bilingüe y étnicamente mezclada. Los gobernantes hispano-omeyas tuvieron, de manera consistente, sus herederos con mujeres procedentes de los reinos cristianos. La madre de Abderramán III, Muzna, era vasca. Es decir, que la madre del califa, una de las mujeres más influyentes del harem y la cómplice del gobernante máximo del país, hablaba la lengua romance de Navarra y de Cataluña, conocía perfectamente el sabor del jamón curado y le había cantado a su hijo canciones de cuna de su tierra. El califa, además de árabe, hablaba también lengua romance y por eso la diplomacia del reino estaba marcada por sus influencias y conocimientos.

Estos detalles tan reveladores sobre la Edad Media española apenas se conocen en España porque no se incluyen en la enseñanza general. Están, en su mayoría, en libros escritos en inglés por profesores y investigadores casi siempre extranjeros y publicados fuera de España. Lo que contamos aquí es parte de lo que cuentan Dodds, Menocal y Balbale en el libro sobre arte e historia medieval del que hablamos en un blog anterior, The Arts of Intimacy: Christians, Jews and Muslims in the Making of Castilian Culture.

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